El amor está en la naturaleza humana y luchar contra esos impulsos puede resultar casi tan arriesgado como dejarse arrastrar por ellos. Cuando el corazón, la mente y la espiritualidad entran en conflicto, la solución más justa muchas veces está más allá de cualquier límite o imposición. ¿Qué sucedería si un religioso católico acabara profundamente enamorado de una mujer? ¿Sería suficiente la pureza de sus sentimientos para justificar la ruptura de sus votos?
Amor y religión: un conflicto con muchos siglos de historia
La cuestión del celibato entre los religiosos católicos ha estado siempre rodeada de polémica. No en vano, los primeros sacerdotes no estaban obligados a cumplir con esta condición que, por otro lado, no está contemplada como un dogma de fe sino como un reglamento de la propia Iglesia. Hasta el siglo XII, los clérigos no tenían la obligación de cumplir con el celibato, que se impuso para evitar la degradación moral del clero en los concilios de Letrán.
En la actualidad se entiende que la castidad, la vocación virginal y el celibato no son realmente imposiciones sino una condición que el religioso asume de manera voluntaria cuando se ordena. En palabras de la propia Iglesia, es tomar conciencia de que sólo a través de esta renuncia a lo carnal es posible canalizar toda esa energía hacia algo más puro: hacia Dios.
Pero, ¿y si ese ideal de pureza estuviera precisamente en el amor en cuerpo y alma hacia otra persona? Se plantea entonces un conflicto de difícil resolución: la lucha entre las convicciones religiosas y el deseo de amar a otra persona sin restricciones de ningún tipo.
¿Por qué han de ser incompatibles el amor espiritual y el amor físico?
Con el paso de los años, el celibato se fue consolidando como una virtud de la vida religiosa. Esta renuncia del clérigo a mantener relaciones sentimentales con otras personas se ha entendido como un modo de reflejar su completa entrega a Dios. Sin embargo, ¿por qué habrían de ser incompatibles el amor hacia Dios y el amor hacia otra persona? No en vano, no en todas las órdenes religiosas se prohíbe el matrimonio de los sacerdotes.
El amor, como sentimiento inherente al ser humano, tiene mucho de convicción, de pureza, de fe. En esencia, también es creer en algo superior a uno mismo que, aunque se pueda manifestar a través del contacto físico, va mucho más allá de lo terrenal. Éste es el motivo por el que durante muchos siglos la cuestión del celibato y la religión ha sido motivo de debate. El amor y la entrega hacia otra persona, ¿no es acaso otra forma de constatar la existencia de una fuerza superior y ajena a nuestro control?
Cuando se produce ese choque de sentimientos se genera confusión, miedo, frustración. Y es que controlar sentimientos de esta magnitud y tratar de poner límites a lo que se siente no es tarea sencilla. Una batalla perdida de antemano porque, cuando el amor se cruza en tu camino, sólo te quedan dos opciones: claudicar o huir.
Mogam, una novela sobre el poder del amor
Antonio Buzarra Sagasti (Historias de una tierra, Editorial Siníndice), ahonda en estos temas controvertidos a través de una historia de sentimientos prohibidos, secretos y mentiras. Una reflexión sobre lo más puro de la naturaleza humana que convierte Mogam en una novela sobre el poder del amor en los contextos más complicados.
La historia se remonta a la juventud de un misionero que, tras enamorarse de una joven nativa, rompe sus votos y se deja vencer por la fuerza de estos sentimientos. Con todo, no se libera para siempre de las cadenas de la fe, algo que le atormenta y le genera grandes dudas. Así, a pesar de que esas noches de desnudez bajo la luz de la luna habrían de marcarle para siempre, prefiere esconder este secreto hasta los últimos días de su vida.
Sesenta años después, a las puertas de la muerte, esas imágenes vuelven a cobrar fuerza en su memoria. Con el deseo de marcharse en paz consigo mismo, decide contarle esta historia a su mejor alumno y amigo, sacando a relucir las intrigas de un episodio de su vida en el que no faltan el idealismo, la espiritualidad, el misterio y, por supuesto, la pureza de un amor que supera todos los límites
Mari dice
Los sacerdotes que conozco y son bastantes no están de acuerdo con el celibato ya que este tendría que ser opcional. No conozco a nadie que se sienta culpable. Los culpables son la Iglesia jerárquica que sigue normas obsoletas.
La mujer ni arte ni parte.